Fresnos escoceses

Una de las obras más representativas y recurrentes de Kurt (posiblemente el cuadro más repetido, cerca de quince versiones de esta pintura que decora paredes en lugares tan dispares como Amberes o Liverpool). Y paradójicamente no recoge como motivo central a personajes humanos, alejándose de las temáticas habituales del artista. La idea nace en un viaje que hizo en tren desde Liverpool a Londres la penúltima noche del año 2004. Le impresionaron aquellas praderas congeladas de la campiña británica, donde las heladas repetidas, noche tras noche, hacían del suelo un manto amarillento y fantasmagórico mientras los fresnos semicercados reclamaban también un alma, menos confusa y dubitativa que la humana.

La horizontalidad y cinco colores marcan una constante negro, amarillo, rojo cereza y plata, tamizado por una veladura broncínea, que se desgranan en ese renglón como en una partitura de Bach, en la que el artista es consciente de que solo se podrá mover dentro de esos patrones para significar un momento que rinde tributo a la serena conformación de un alma que reside en todas las cosas, en este caso, en un apartado árbol de la campiña británica.

 

 
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